Por: Andrea Melissa Baquero Luna (Colombia)
Siempre me he caracterizado por ser una persona a la que le resulta muy fácil molestarse ante cualquier situación que se presente a su alrededor. Puedo pasar no solo horas, sino incluso días enteros gastando mi energía en repasar lo acontecido, recreando escenarios en los que pude haber respondido o actuado de otra manera. A ello se suma que dedico gran parte de mi tiempo a pensar en lo que las demás personas podrían estar imaginando sobre mi actuar, sobre la respuesta que di o la forma en que reaccioné. Incluso llego a asegurarme de que la otra persona puede estar sintiendo cierta emoción respecto de mi comportamiento, lo cual me predispone aún más y me mantiene atrapada en ese círculo de pensamientos.
A pesar de haber estado en terapia durante varios años con distintos especialistas, no fue sino hasta que tomé un curso de neurociencia cuando logré entender, de manera más consciente, aquello que todo el mundo me repetía: que le doy demasiada importancia a cosas que no la tienen. Dentro de este curso abordamos diversos temas, pero particularmente el de la Dicotomía del Control Cognitivo ha sido el que más resonancia ha tenido en mí, porque movió fibras profundas que se ajustan a lo que siento, vivo y pienso. Sobre todo, me ha proporcionado la ayuda que necesito para gestionar lo que coloquialmente llamo “la sobrepensadera”.
La dicotomía del control cognitivo puede entenderse como el arte de soltar aquello que no depende de mí y de concentrar mi atención y mi energía únicamente en lo que sí está bajo mi control, lo que realmente merece importancia y trascendencia. En otras palabras, se trata de ocuparme únicamente de lo que depende de mi actuar. Constantemente, y debido al ritmo de vida que llevamos los seres humanos, en el que parece obligatorio ser mejores para sobresalir, alcanzar el éxito o lograr estabilidad económica y laboral, nos enfrentamos a episodios de ansiedad en los que buscamos controlar lo incontrolable. Esto nos hace pasar por alto que, en realidad, podemos redirigir nuestra energía de una manera más asertiva, lo que alivia de forma notable el sufrimiento mental.
La dicotomía parte de una premisa aparentemente simple y hasta obvia, pero que en la práctica resulta muy difícil de aplicar: hay cosas que dependen de mí y otras que no. Sin embargo, tendemos a buscar la manera de controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor, lo que ocasiona que nuestra mente, guiada por el instinto de defensa y la necesidad de cumplir expectativas y patrones, invierta un esfuerzo emocional tan intenso que termina por manifestarse en el cuerpo. Es decir, lo mental puede transmutar en lo físico, provocando agotamiento, estrés e incluso enfermedades, todo ello generado en su mayoría por factores que escapan completamente a nuestra voluntad.
Aunque resulte complejo llevarlo a la práctica, existen mecanismos que, aplicados con constancia, ayudan a gestionar correctamente esta dicotomía. Uno de ellos es la atención selectiva. Nuestro cerebro, aunque dotado de una enorme capacidad de almacenamiento, no puede procesar toda la información que recibe, por lo que utiliza filtros para priorizar y enfocarse en lo que considera relevante. Esta capacidad resulta favorable porque nos enseña a educar la mente, enfocándola en lo que sí podemos controlar: nuestras acciones, pensamientos y decisiones, mientras reducimos el impacto emocional de lo que no está en nuestras manos, como las acciones de los demás, las opiniones ajenas o el curso de ciertos acontecimientos. Esto no significa apatía hacia lo que sucede a nuestro alrededor, sino la habilidad de diferenciar con claridad entre lo que es una responsabilidad personal y lo que simplemente no forma parte de nuestro margen de acción.
El uso práctico de la dicotomía del control parte de una lógica sencilla: si algo depende de mí, puedo influir, corregir, decidir o mejorar, por lo tanto, puedo elegir invertir mi energía en ello. En cambio, aquello que no depende de mí no debería ser considerado preferible, porque, independientemente de cómo actúe, piense o intervenga, el resultado estará fuera de mi control. No tiene sentido hacer preferible algo que no puedo garantizar ni modificar; ser consciente de ello hace más fácil soltar esas cargas y enfocarse en lo esencial. Esta manera de pensar no solo permite tomar decisiones más racionales y efectivas, sino que ofrece un alivio emocional inmediato: sufrir menos es aceptar la dicotomía del control; sufrir más es resistirse a ella.
Es importante aclarar que actuar bajo esta lógica no debe confundirse con pasividad o indiferencia. Por el contrario, es una forma de actuar con mayor inteligencia: no implica desatender los problemas, sino enfocar los esfuerzos en lo que realmente se puede cambiar, en lugar de gastar energía en lo que es imposible controlar. Esto no solo se traduce en decisiones más acertadas, sino también en una paz y tranquilidad mental mucho mayores.
No niego que aplicar esto ha sido más difícil de lo que pensaba, sobre todo porque llevo años alimentando patrones mentales en los que incluso, de forma intencional, me ponía a imaginar escenarios ficticios donde podía actuar diferente. Sin embargo, he decidido avanzar paso a paso y, poco a poco, he logrado detener esos pensamientos y decirle a mi mente que deje de insistir en aquello que nunca podré controlar. Este simple acto me ha permitido experimentar una sensación de paz y tranquilidad que no conocía, porque he aprendido a restarle importancia a lo que nunca la tuvo.