YO DECIDÍ NO MANEJAR MI TIEMPO; YO GESTIONO MI ENERGÍA.

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por: David QUIROZ RENDÓN (Colombia)

Cada día más personas buscan su plenitud en gimnasios que prometen convertirnos en atletas de alto rendimiento, en libros que enseñan a ser más productivos, en laboratorios con fórmulas para el bienestar y la longevidad, gadgets y aplicaciones que prometen organizar tu vida, hacerte entrar en estado zen y alcanzar el nirvana.
Sin embargo, la evidencia indica que un número significativo de personas vive con desasosiego y la sensación de no florecer en la vida. Probablemente también frustradas con cuotas de gimnasios sin aprovechar, frascos de suplementos sin abrir o por vencer, libros acumulando polvo, aplicaciones sin usar que generan cargos y aparatos guardados en algún cajón.
¿Y por qué? Comúnmente se oye: – “Me falta tiempo”; – “Tengo que gestionar mejor mi tiempo” o, incluso, “Necesito una app para organizar mi agenda y mi tiempo”. Afilemos la navaja de OCCAM por un minuto y preguntémonos: ¿Por qué?; ¿Cuál es la causa de esta situación? La causa, afirmamos, es ignorancia crasa y supina; la ignorancia que nace de no aprender o investigar lo que se debería saber y que era evitable con un mínimo esfuerzo.


El problema radica en el desconocimiento del poder de nuestra energía y del potencial que se desata con su manejo integral. La causa no es la falta de tiempo. Podemos planificar el uso de nuestro tiempo, pero siempre será insuficiente; el tiempo es finito, inexorable y no vuelve. La energía, en cambio, es un recurso renovable: podemos decidir cómo y a quién se la damos. Es como una cuenta corriente a la que podemos hacer depósitos y contra la cual podemos girar cheques continuamente.
Con gran agudeza y simplicidad, Joe DISPENZA acuñó la frase “Donde pones tu atención es donde pones tu energía” (Deja de ser tú, 2013) para explicar que cuando enfocas tu atención en lo que quieres hacer, ver, oír o sentir, tu energía se canaliza naturalmente hacia ese objetivo. Ocurre orgánicamente, sin trucos o sustancias diferentes a las que genera nuestro propio organismo.


Gestionar integralmente la energía implica poner nuestro espíritu, cerebro, emociones y cuerpo al servicio de nuestros pensamientos, intenciones y acciones. Podemos renovar esa energía continuamente, creando un ciclo virtuoso que nos acompañe cada día. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo podemos vivir este ciclo día a día? Primero: preguntémonos qué vamos a priorizar en nuestras vidas; ¿están nuestras prioridades alineadas con nuestros valores? Aquí está la dimensión espiritual de la energía; desde aquí generar la fuerza necesaria para hacer cambios a modificar nuestro curso. La energía es fuerte cuando vivimos con apego a nuestro propósito y a los principios y convicciones que nos guían. Dediquemos los primeros 30 minutos del día para reflexionar en quiénes y en qué asuntos pondremos nuestra energía; aprovechemos también el poder de las imágenes, objetos, fotografías y elementos en nuestro entorno que nos recuerden nuestra misión de vida.


Segundo: enfoquemos la atención en esas prioridades identificadas. Esta es la dimensión mental de la energía y aquí es donde el cerebro desata todo su potencial. Esta dimensión se materializa cuando desplazamos la atención por voluntariamente, sintonizamos nuestro cerebro en la frecuencia requerida de acuerdo con la tarea y se disparan la ideación, el pensamiento, la creatividad y los procesos de toma de decisiones y autorregulación. Para robustecer esta dimensión es indispensable hacer del aprendizaje un hábito: incomodémonos intencionalmente, desarrollemos habilidades, busquemos conocimientos, usemos la tecnología con equilibrio y seamos curiosos.


Tercero: observemos con atención nuestra disposición de ánimo. Esta es la dimensión emocional de la energía y define su calidad. Cuando la energía es de óptima calidad nos desafía e impulsa a superar creencias limitantes; alimenta la motivación, la confianza, el optimismo y la productividad; fortalece nuestra capacidad para enfrentar desafíos de manera efectiva y nos permite conectarnos mejor con nuestro entorno. Es importante medir constantemente nuestro nivel de energía emocional: ¿está alta o baja? ¿es positiva o negativa? Es necesario entrenar el optimismo, filtrar pensamientos que nos enriquecen y separarlos de aquellos que no son constructivos, así como estar abierto a equivocarnos y aceptar que los errores pueden ser oportunidades de aprendiza y crecimiento.


Cuarto: cuidemos nuestro cuerpo y nuestro cerebro. Esta es una dimensión física y tangible; determina la cantidad de energía de la que podemos disponer. Seguir hábitos saludables de alimentación, hidratación, ejercicio físico y de sueño son factores críticos para asegurar que nuestros depósitos de energía espiritual, mental, emocional y física estén plenos. Recordemos que “somos lo que comemos”, que no hay sustituto para el ejercicio y que solo un sueño reparador reconstruye los tejidos musculares y protege nuestro estado psicológico y emocional.
Este ciclo virtuoso nos lleva a una conclusión que, aunque obvia, se nos puede escapar: somos uno, el espíritu humano y el cuerpo comparten las mismas fuentes de energía. Estableciendo prioridades, enfocados, conscientes de nuestras emociones y cuidando nuestro cuerpo y cerebro, creamos un ciclo virtuoso que se retroalimenta y conduce a una vida plena. Este ciclo mantiene un equilibrio dinámico y favorece nuestra constante autotransformación.


Yo decidí no manejar mi tiempo; yo gestiono mi energía.

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