Por: Mathías Navarro (Chile)
Desde el día que nacemos, vamos desarrollando un sin fin de habilidades, tanto físicas como mentales, las cuales, al incorporarse, van complementando nuestro carácter lo que nos permite seguir creciendo en nuestra formación personal y profesional, pero ¿De qué sirve solo el conocimiento? pues es muy difícil separar el aprendizaje cognitivo con nuestra actitud en el mundo, ya que somos los creadores de nuestro propio camino. Podemos encontrar mentes brillantes de apenas unos 12 años de edad como experimentados de 60; pero el gran abismo que hay, no es lo que saben, si no, la actitud en enfrentarse a la vida.
La experiencia de vida es un medidor muy complejo que se va fortaleciendo a medida que nos atrevemos a recorrer nuevos caminos, y para salir victoriosos de éstos encuentros, es el optimismo el pilar fundamental.
Cuando somos niños, se comienza a desarrollar nuestra confianza a medida que vemos superados pequeños desafíos, no solo hablando desde un punto de vista académico, sino que, en el día a día, como, por ejemplo, la primera vez que debemos preparar alguna receta sin supervisión de algún adulto, desbloqueando nuevas habilidades en algún arte o deportes, o incluso, aprendiendo a como socializar.
Para atravesar experiencias nuevas, siempre se recurre -muchas veces de forma inconsciente- a referentes de nuestro entorno. Referentes que muchas veces adoptamos como propios y así generamos aprendizaje, y mientras mayor interacción, mejor entendimiento, pero esto no asegura el éxito de la empresa, lo que muchas veces nos puede llevar a un error de predicción, es decir, aquello que se había observado discrepa del resultado esperado. Sin embargo, es en éste punto donde la actitud puede generar una diferencia fundamental respecto al aprendizaje, puesto que si dejamos que la frustración y la carente comprensión de aquellos elementos que nos llevaron a un fallo sean incorporados de manera consciente, es altamente probable, que los errores se sigan cometiendo, y en consecuencia, no se aprende realmente de la situación, muy por el contrario, si a pesar de los errores, somos capaces de reconocer aquellas faltas o fallos cometidos frente a una empresa, nos será más sencillo estar preparados para evitar y corregir o ejecutar de forma correcta nuestro actuar para así salir victoriosos.
Dicho lo anterior, debemos entender que el optimismo es una llave fundamental para la incorporación de nuevos conocimientos y el desarrollo de la confianza.
Ahora bien, la confianza es una actitud frente a la vida la cual puede ser alterada por la carencia de conocimientos o incomodidades personales, es decir, si nos enfrentamos a nuevos desafíos sin estar previamente preparados o en un lugar al cual no nos sentimos participes, caminaremos con cautela (aplica también para relaciones interpersonales), mientras que si se tiene una convicción absoluta, los pasos a dar serán firmes, y aunque pudiesen presentarse ciertas dificultades, no existiría mayor inconveniente en resolverlos para seguir con la tarea destinada.
Como ejemplo de esto, nos pondremos en la situación de un joven músico que se enfrenta por primera vez a un concierto; si el sujeto en cuestión no se prepara adecuadamente, existen altas probabilidades de fallar (teniendo poca confianza en sí mismo), por otro lado, si se prepara (no correctamente) y falla, tiene dos caminos que recorrer, no hacerse cargo de sus errores y continuar por el mismo camino que decidió transitar por primera vez, -lo que lo llevaría indudablemente a repetirlos- o abrir su mente, aceptar sus errores y corregirlos para seguir adelante. Ahora bien, con una correcta preparación, estaría lleno de confianza y tendría una convicción absoluta en que su ejecución sería perfecta.
En conclusión, el optimismo permite una mejor disposición a interiorizar el conocimiento, a pesar de haber enfrentado situaciones que no se resolvieron a nuestro favor, nos ayuda a sacar la mejor parte de cada situación y con ello, se va creando confianza que nos permite sortear de mejor manera cada situación de vida.