By Karla Fabiola Jimenez (EEUU)
Tomar decisiones es parte inevitable de nuestra vida diaria. Algunas son pequeñas, como elegir qué comer o qué ropa usar. Otras son más significativas: cambiar de trabajo, iniciar un proyecto, terminar una relación. En todos los casos, decidir implica observar hacia dentro y hacia fuera, evaluar lo que sentimos, lo que creemos y lo que sabemos.
Pero hay algo que muchas veces no notamos: no siempre decidimos desde la claridad. A veces tomamos decisiones desde lo que suponemos, y otras desde lo que intuimos. ¿Cuál es la diferencia entre ambas? ¿Y por qué es tan importante reconocer desde dónde estamos actuando?
La suposición: decidir desde lo que creemos saber
La suposición es completar una historia con piezas que imaginamos, no con hechos reales. Suponemos que sabemos lo que el otro piensa, cómo va a reaccionar o qué sucederá sin tener ninguna certeza concreta. Este hábito puede llevarnos a conclusiones erróneas y decisiones equivocadas y con consecuencia sentir culpa por el resultado de estas decisiones.
Frases típicas nacidas de suposiciones:
- “Seguro no le interesa lo que tengo para decir.”
- “No voy a intentar, de todas formas, voy a fracasar.”
- “Si me habla así, debe estar molesto conmigo.”
Las suposiciones se alimentan de nuestras inseguridades, miedos, heridas del pasado no resueltas y, muchas veces, de interpretaciones rápidas. Aunque pueden parecer lógicas, casi nunca están basadas en hechos comprobables. Actuamos como si tuviéramos toda la información, cuando en realidad estamos adivinando.
Y aquí viene un punto clave: la suposición genera creencias limitantes. Estas son ideas que, sin darnos cuenta, empiezan a definir lo que creemos posible para nosotros. Funcionan como filtros que distorsionan nuestra percepción de la realidad. Por ejemplo:
- “No soy lo suficientemente bueno.”
- “La gente siempre me decepciona.”
- “Si me equivoco, todo saldrá mal.”
Estas creencias nos encierran en una versión muy reducida de nosotros mismos y del mundo. Cuando decidimos desde ellas, lo hacemos con miedo, evitamos riesgos, nos saboteamos sin querer. En resumen, las suposiciones no solo nos limitan, sino que pueden llevarnos a tomar decisiones que no reflejan nuestro verdadero potencial ni nuestros deseos reales.
La intuición: decidir desde la experiencia silenciosa
La intuición, en cambio, es esa voz interna que aparece de manera repentina, sin explicaciones lógicas, pero con una fuerza especial. Es como una certeza tranquila. No necesita argumentos extensos. Simplemente “lo sabemos”.
Frases que nacen de la intuición:
- “Siento que este no es el camino, aunque no sepa por qué.”
- “Algo me dice que debería hablar con esta persona.”
- “No tengo pruebas, pero confío en esta decisión.”
La intuición no es una corazonada sin base. Es el resultado de experiencias acumuladas, aprendizajes inconscientes y observaciones profundas que hemos integrado a lo largo del tiempo. Aunque no siempre podamos explicarla racionalmente, muchas veces tiene más fundamento del que imaginamos.
Además, diversos estudios en neurosiencia han demostrado que la intuición suele estar más desarrollada en el cerebro femenino. Esto se debe, entre otras razones, a una mayor conectividad entre los hemisferios cerebrales y a una sensibilidad emocional mas fina. Por esta razón, muchas mujeres tienen una capacidad intuitiva más activa y confiable, aunque no siempre sean conscientes de ello. Esto no significa que los hombres no tengan intuición, sino que el estilo de procesamiento femenino favorece mas la conexión emocional con el entorno y consigo mismas, lo que fortalece esa percepción interna que llamamos intuición.
A diferencia de la suposición, que nace del miedo y la necesidad de controlar, la intuición surge de la conexión con uno mismo. Es una señal interna que se activa cuando estamos presentes, centrados y atentos a lo que sentimos con claridad. No es infalible, pero puede ser una guía muy poderosa si aprendemos a escucharla con honestidad.
¿Cómo distinguirlas?
Aunque pueden parecer similares —ambas son rápidas, internas y no siempre tienen lógica aparente—, suposición e intuición tienen orígenes distintos:
- La suposición nace de la duda, del miedo, del deseo de anticiparnos a lo que creemos que podría pasar.
- La intuición nace de la experiencia, de la conexión interior, de estar en sintonía con nuestras emociones y aprendizajes.
Una forma útil de diferenciarlas es observar cómo te hace sentir esa “voz interna”:
- Si te genera ansiedad, tensión o necesidad de actuar impulsivamente, probablemente es una suposición.
- Si te da una sensación de calma, claridad y confianza, lo más seguro es que sea intuición.
Conclusión: decidir con conciencia
Decidir bien no siempre implica tener toda la información, pero sí requiere reconocer desde qué lugar estás tomando tus decisiones. La mente humana es poderosa, pero necesita conciencia y práctica para funcionar con claridad.
Antes de elegir, pregúntate:
- ¿Estoy suponiendo o estoy intuyendo?
- ¿Esta sensación nace del miedo o de la experiencia?
- ¿Qué hechos reales tengo? ¿Qué me falta saber?
- ¿Estoy eligiendo desde la confianza o desde la necesidad de protegerme?
Tomar decisiones conscientes es un hábito que se entrena con el tiempo. Escucha tu intuición, observa tus creencias, y no dejes que las suposiciones ni las limitaciones que crean dirijan tu vida. Entre adivinar y sentir, hay un mundo de diferencia. Aprender a distinguirlo puede cambiar profundamente tu forma de vivir.