Patricia Muñoz Bustos
Sin duda, como seres humanos estamos llenos de imperfecciones, muchas de las cuales desconocemos, lo que nos permite vivir en una relativa tranquilidad en esa ignorancia. Sin embargo, existen otras imperfecciones que, para bien o mal, identificamos claramente y sabemos que, si trabajamos en ellas, podríamos desenvolvernos mejor en nuestro entorno social, cultural y profesional.
Durante este curso, dos conceptos que han captado mi atención han sido el “índice de mediocridad” y el “error de predicción”. Ambos tienen implicaciones directas sobre cómo enfrentamos los desafíos, procesamos nuestras experiencias y tomamos decisiones en la vida cotidiana. Reflexionar sobre ambos temas no solo me ha llevado a comprender un poco mejor mi propio comportamiento, sino también he podido identificar áreas específicas en las que puedo trabajar para mejorar mi desempeño. Si no también, me ha ayudado a disminuir el impacto que tienen las acciones de otras personas sobre mi bienestar.
El “índice de mediocridad” propone en mi una idea provocadora: mientras más alto sea este índice, mayor será nuestra capacidad para manejarnos eficientemente en diferentes contextos. Este concepto no se trata de promover la mediocridad en el sentido tradicional, sino de reconocer que la flexibilidad, la adaptabilidad y la aceptación de nuestras limitaciones son esenciales para progresar. Elevar el índice de mediocridad implica reconocer nuestras imperfecciones sin que estas nos paralicen, permitiéndonos avanzar con resiliencia en lugar de quedar atrapados en la búsqueda inalcanzable de la perfección.
Personalmente, he encontrado en este concepto una herramienta poderosa para enfrentar situaciones en las que mis propias inseguridades o dudas podrían haberme frenado. Al aceptar que no todo debe ser perfecto y que la acción imperfecta es mejor que la inacción, he comenzado a replantearme cómo enfrento los desafíos. Por ejemplo, he aprendido que tomar decisiones rápidas y funcionales en lugar de buscar soluciones ideales o perfectas (según mi parecer) puede ser más beneficioso en ciertos escenarios.
En cuanto al “error de predicción”, este se refiere a la brecha entre nuestras expectativas y la realidad que experimentamos. En términos de neurociencia del comportamiento, este concepto subraya cómo nuestras mentes constantemente generan predicciones sobre lo que sucederá a partir de nuestras propias expectativas. Cuando la realidad no coincide con nuestras expectativas, surge un “error de predicción” que puede generar frustración, ansiedad o, en algunos casos, una valiosa oportunidad de aprendizaje que pocas veces como seres humanos (imperfectos que somos) logramos identificar.
Entender este fenómeno ha sido revelador para mí, ya que ahora puedo reconocer que muchas de las emociones negativas que experimento surgen de expectativas poco realistas que yo misma establezco. Este conocimiento me ha llevado a ajustar mis expectativas y a ser más flexible frente a los resultados. En lugar de ver las discrepancias entre mis predicciones y la realidad como fracasos, las estoy empezando a percibir como una fuente de información útil que me permita re-calibrar mis estrategias y perspectivas.
Ambos conceptos, aunque diferentes , me parece comparten un tema común: la aceptación de la imperfección y el uso de esta como un catalizador para el crecimiento personal. Trabajar en mi índice de mediocridad y aprender a gestionar los errores de predicción me están ayudando a construir una mentalidad más resiliente y abierta al cambio.
En conclusión, como seres humanos, no podemos escapar de nuestras imperfecciones, pero sí podemos decidir cómo enfrentarlas. Trabajar en ello no solo representa un desafío personal, sino también una oportunidad para potenciar nuestras capacidades y enfrentar de mejor manera el entorno.
Me gustaría cerrar el tema diciendo que el esfuerzo por mejorar nuestras debilidades siempre nos acerca a una versión menos imperfecta de nosotros mismos.