Luis Alonso Pérez Jiménez
Usualmente en la vida, andamos fijándonos en las capacidades de los demás y dejamos pasar en alto nuestras propias capacidades, si bien es cierto, las capacidades de cada ser humano, son adquiridas a lo largo del transcurso de su vida, a raíz de vivencias, experiencias o educación recibida y tan bien por asociaciones sociales.
La cotidianidad nos lleva a querer relacionarnos con las personas con las cuales encajamos en diferentes áreas, o con las que tenemos química; lo anterior se debe a la necesidad de pertenencia a un grupo social, lo que nos permite tener asociaciones humanas, que pueden o no enriquecer el desarrollo de nuestra vida misma.
En algunos momentos de nuestro desarrollo, es posible que la gran mayoría no pongan atención a la efectividad que se debe tener en el desarrollo de su propia carrera por la vida, pasando por alto la perspectiva de la vida misma a mediano y largo plazo.
En la juventud, las necesidades básicas de una persona se generan más de manera límbica que analítica, lo que causa que el índice o la medida en que califican la capacidad de satisfacción de su vida, sea calificada con lo que podríamos llamar la cantidad de impulsos de endorfina que generen satisfacción a sus emociones o sentimientos; claramente esto no está mal, porque la vida es una, sin embargo no hay un balance y no se tiene por el proceso en que se está en la vida, a preocuparse por el futuro.
Cuando se deja la juventud y entramos a la vida adulta, se inicia un cambio trascendental como personas, donde se adquieren más responsabilidades personales, donde gran parte de las decisiones van a desencadenar la supervivencia como persona, en esta etapa inician las responsabilidades laborales, con la sociedad, con el entorno donde vives, pero lo más importante, con uno mismo. En este momento existe una lucha ente lo límbico (emocional) y lo racional, donde la persona debe de tomar decisiones ya no que satisfagan tanto las emociones sino que estas decisiones, generen beneficios de vida y a la vez provoquen felicidad.
Aunque evidentemente, no se puede tener todo siempre, hay oportunidades para tomar decisiones que contribuyan a vivir en plenitud.
Tomando lo anterior, es donde entra la importancia del ¨Índice de Mediocridad¨. Necesitamos una forma de darnos cuenta, que tanto aportamos a la vida de otras personas, a la sociedad y cuanto nos aportan las personas que nos rodean.
Cuando descubrí este término en las clases, no pude evitar pensar en uno de los tantos refranes de mi país que dice ¨Dime con quién andas y te diré quien eres¨, en términos aplicados, ¨Dime con quien te rodeas, y te diré cuál es tu índice de mediocridad¨. El índice de mediocridad es una herramienta que deberíamos aplicar durante toda la vida, para tener un crecimiento integral y que nos llene de expectativas reales para poder tener una vida en plenitud.
Este concepto no es una excusa para buscar ser exclusivo, sino para tener balance en la vida. Mejorar tu índice de mediocridad no significa que vas a empezar a rodearte con personas que solo tengan tú mismo nivel académico o económico, sino que te da una alerta de buscar rodearte con personas que te hagan ser un mejor ser humano.
Aplicar el índice de mediocridad en la vida, significa rodearte de personas que alimenten tus valores y principios, que te impulse a ser mejor líder, empresario y persona, sin embargo una vez que lo apliques, tienes la responsabilidad de hacer lo mismo por otros, para buscar un crecimiento como sociedad.